Ella, incapaz de doblegarse ante la simpleza de un universo ordinario que sucumbe a diario frente al caos de la inmediatez, como si no hubiera elección. No. Ella siente la necesidad de rebelarse contra lo elemental, la certidumbre del discurrir del tiempo y el fluir de la razón. Experimenta la vida con intensidad, desde el origen, buscando siempre la armonía que fluye dinámica ente los capilares de la monotonía. Se esfuerza por descubrir los límites de la experimentación. No se conforma con el papel de espectador, tan incauto y restringido. Va más allá, luchando firme en su devoción por trasgredir los confines del ser y del sentir. Existir nunca es suficiente, ni siquiera sobrevivir, y prefiere emanar calidez y entereza en su persistente tentativa por humanizar lo trivial y ordinario.
Acaricia cada uno de los elementos que rebasa con su alma libre mientras cabalga la ciudad y es curioso advertir como cada objeto que roza con las yemas de sus dedos manifiesta un indicio de vida, como si pudiera dotarlos de vigor al arrullarlos con su energía. Nunca contempla con los ojos, los utiliza para besar, dejando siempre la observación y la percepción como tareas relevadas al dominio del alma.
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